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Hay varios asuntos en los que considero que las diferentes propues-
tas ideológicas deberían ofrecer respuestas muy parecidas y en
todo caso conciliables. Porque es la ciencia, el sentido común y la
experiencia histórica quienes nos guían.
El primero de esos asuntos es, sin duda, la educación. Al igual que
ocurre con el cambio climático, no vamos a percibir los resultados
del trabajo de manera inmediata, pero es urgente colocar los ci-
mientos hoy mismo. Ninguna sociedad tiene futuro si no apuesta
por la formación de sus jóvenes. La educación nos aporta lo esen-
cial de una sociedad que quiere ser próspera: un capital humano
poderoso y con futuro.
Querernos competir en un mundo global y complejo, y no podemos
hacerlo con la fuerza bruta, sino con investigación y con innovación.
No podemos construir un futuro en el que la precariedad, la pobre-
za y los sueldos bajos sean los cimientos de la economía. Y para
eso necesitamos apostar por la ciencia, por la cultura y por la for-
mación integral.
Pero es que además la educación es el sustento humano más
importante. A través de ella los hombres y las mujeres pueden
acercarse a la dignidad, a la comprensión del mundo y a la con-
ciencia crítica que cualquier sociedad necesita. No solo queremos
educar a las personas para que produzcan más y mejor, sino sim-
plemente para que sean personas en la verdadera dimensión de
la palabra.
La educación, por último, es el único motor verdadero del ascensor
social. Un niño o una niña que han nacido dentro de una clase social
humilde sólo pueden mejorar su vida mediante su talento, su es-
fuerzo y sus méritos personales. Y para ello se necesita que tengan
acceso a la educación -a la mejor educación- en términos de igual-
dad real. Las sociedades que no invierten en educación se convier-
ten en sociedades partidas, porque uno se ve obligado a resignarse
con su suerte.
La educación, en consecuencia, es el valor más seguro de un país
Se pueden tener diferencias políticas acerca de algunos aspectos
de su gestión, pero no puede haber desacuerdo en lo fundamental.
En la necesidad de dotarla de recursos, en primer lugar. En la nece-
sidad de adaptarla al mundo cambiante en el que se vive y a las
herramientas tecnológicas del siglo XXI. En la necesidad, en fin, de
que cumpla su verdadera función de realización personal de cada
individuo.
España tiene que abordar sin diferencias estos asuntos. Renunciar
a las visiones cortoplacistas para pensar en el futuro.
El segundo asunto es el que se refiere a las pensiones. Las pensio-
nes, como la educación, son uno de los pilares irrenunciables del
estado del bienestar que está en la base de nuestro pacto social.
No puede haber dudas ni titubeos en este asunto. No puede haber
ambigüedad. Nuestros mayores deben tener la certeza de que
mantendrán o de que mejorarán su calidad de vida. Y los ciudadanos
y ciudadanas de cualquier edad deben tener la certeza de que sus
cotizaciones garantizarán en el futuro aquello que está pactado.
Hay que encontrar un modelo compartido, creíble, sostenible y
generoso. Hay herramientas. No es cierto que la demografía o los
cambios tecnológicos nos condenen a la desvalorización o incluso
a la desaparición de las pensiones. Solo hace falta voluntad polí-
tica.
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