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El tercer asunto no compete sólo a España, sino al mundo entero.
Ya lo he mencionado: la lucha contra el cambio climático. En esta
cuestión no existen fronteras ni identidades nacionales. Los océa-
nos no se detienen ante un límite administrativo o histórico. La
temperatura no se frena en una comunidad autónoma o en una
ciudad. La degradación medioambiental atraviesa continentes.
Por eso es imposible avanzar si no hay un acuerdo común de la
sociedad en su conjunto. De las empresas, de las administraciones
públicas, de las instituciones y los ciudadanos. Es necesaria la ac-
ción y es necesaria la pedagogía. Es necesario dar la voz definitiva
a los científicos y apartar a los que niegan la ciencia. No es ideolo-
gía, es solo conocimiento y ciencia.
Sin la transición ecológica que nos lleve a un planeta limpio, soste-
nible y seguro, el resto de las políticas que se puedan establecer
no tienen sentido: la educación o las pensiones no servirán de nada
en una casa vacía, en un lugar inhabitable.
El empleo es el cuarto asunto en el que quiero detenerme. En este
ámbito, las diferencias ideológicas entre los distintos partidos sue-
len ser más afiladas: hay quienes piensan que el mayor progreso se
consigue desregularizando, dejando la iniciativa casi total a los
actores económicos para establecer las condiciones de su relación;
y hay quienes creemos que las administraciones públicas -la ley
tienen el deber de forzar equilibrios en una relación desequilibrada
por naturaleza. Proteger al más débil frente al más poderoso. Im-
pedir abusos.
Es necesario refundar el pacto social con un nuevo Estatuto de los
Trabajadores que establezca el marco de acción de las relaciones
laborales en España. Dejando espacio, sin duda, para las políticas
económicas diversas que los partidos políticos pueden legítima-
mente emprender, pero preservando algunos valores primordiales
que fueron barridos en la última reforma laboral del Partido Popular,
como la negociación colectiva de los convenios.
No podemos resignarnos a la precariedad, a la temporalidad infini-
La regulación legal de la ta, a la desprofesionalización de algunos sectores y a la sobrecua-
eutanasia, no entrará en las lificación laboral. Un joven que emprende un proyecto de vida y
realiza unos estudios profesionales o universitarios con el propósi-
conciencias y en las creencias to de encontrar después un empleo en el sector en el que se ha
formado y obtener un sueldo estable y digno debe tener la oportu-
de aquellos que opinan que su nidad de hacerlo. Que sean sólo el talento y el esfuerzo los que
pongan límites, no la estructura perversa del mercado laboral.
vida debe preservarse Y esto nos lleva al quinto asunto que afecta a la visión de país que
mientras la biología lo haga creo necesario compartir: el que tiene en su centro las necesidades
de los jóvenes. La formación, el empleo y la vivienda, las tres patas
posible de un proyecto de vida autónomo. Algunos tópicos se desgastan a
fuerza de usarlos, pero no por ello pierden su verdad. Uno de ellos
dice que los jóvenes son siempre el futuro de un país. O, puesto del
revés, que ningún país tiene futuro si no cuida a sus jóvenes.
España ha descuidado a sus jóvenes en esta última década perdida.
Muchos de ellos, con preparación suficiente y con ambiciones, tu-
vieron que marcharse a otros lugares para poder progresar. Otros
se quedaron estudiando interminablemente, con la convicción de
que en algún momento llegaría su oportunidad. Otros más encon-
traron trabajos mal pagados o provisionales que no les permitieron
emanciparse. Hay, así, una generación rota que es preciso recom-
poner. Y tenemos, sobre todo, la obligación moral de que eso no
vuelva a ocurrir nunca más.
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