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A R T Í C U L O S DE
O P I N I Ó N
Sin embargo, no se trataba tan solo de un problema de perdurabili-
dad de los textos, sino de su calidad y de su auténtica comprensión.
Trithemius entendía (y no le faltaba razón) que la copia manual de
los textos había constituido una parte fundamental del modelo
educativo monástico. Al copiar los libros, cada monje podía apre-
hender sus contenidos con una mayor profundidad. En cambio, el
texto impreso, recibido de una manera barata y rápida, reducía el
esfuerzo en la asimilación de sus contenidos. Sin embargo, lo que
realmente le resultaba intolerable al alemán era que la imprenta
estaba popularizando la cultura, desplazando así a la Iglesia y a
determinada élite erudita de un control del conocimiento que habían
tenido durante toda la Edad Media. No lo explicitaba de una mane-
ra tan cruda, sino que lo hacía poniendo en duda la “autoridad” que
podían tener los impresores para publicar determinas obras clásicas
y religiosas, que aparecían a la venta plagadas de erratas, porque
sólo les movía la búsqueda de un beneficio económico. La verdad no
estaba en los nuevos libros impresos, sino en los viejos códices,
copiados con esmero y corregidos con esmero a lo largo de los siglos.
Estos temores no se diferencian de los que no hace mucho expresó
un intelectual de tanta relevancia como Umberto Eco. Cuando éste
publicó su ensayo No esperéis libraros de los libros (2009), hizo un
formidable alegato a favor del libro impreso frente a los nuevos
soportes digitales. En la presentación de su obra en Madrid, el
reputado semiólogo y novelista explicó que no defendía al libro en
papel por simple nostalgia, sino por su capacidad para perdurar en
el tiempo: “Desde luego, si tuviera que dejar un mensaje de futuro
para la Humanidad, lo haría en un libro en papel y no en un disque-
te electrónico. Esta mañana he visitado la Biblioteca Nacional [de
España] y he visto libros que tienen 500 años de antigüedad y si
considero los manuscritos he visto algunos ejemplares escritos
hace 1.000 años. Ahora bien, no sabemos cuánto puede durar un
disquete de ordenador. Los llamados discos flexibles han muerto
antes de agotar su capacidad de almacenamiento de datos. En
cualquier caso, hemos escrito un libro de 350 páginas para argu-
mentar la larga vida que aguarda al libro en papel” (El País, 19 de
mayo de 2009).
No se le escapará al lector que el pensamiento de Eco ofrece claros
paralelismos con el expuesto por Trithemius cinco siglos atrás.
También hay puntos de contacto entre las ideas de Eco y las de Han,
en especial sobre cómo enfrentar los retos de la actual cultura di-
gital, pero también hay claras similitudes con Sócrates, cuyo recha-
zo hacia la escritura no está alejado del escepticismo de Eco sobre
el libro digital, ni tampoco (como veremos) del rechazo manifestado
por el filósofo surcoreano hacia la preponderancia de los datos.
Como es sabido, las enseñanzas socráticas fueron siempre de ca-
rácter oral. Esta preferencia por la palabra es explicada por su
discípulo Platón, quien recuerda en varios de sus Diálogos que su
maestro solía argüir que la comunicación oral era superior a la es-
crita, pues permitía una mayor capacidad de reflexión. Hay, sin
embargo, en el pensamiento de Sócrates una segunda afirmación
inquietante: la palabra representa la verdad, la escritura, en cam-
bio, la mentira. A este respecto, es especialmente significativo
comprobar como Platón critica que el texto escrito sea un discurso
fijo, que no puede ser interpelado, al contrario de lo que ocurre en
una conversación entre dos personas: “Las criaturas de la pintura
(...) permanecen calladas, encerradas en un solemne silencio. Lo
mismo les pasa a las palabras escritas. Se creería que hablan como
si pensaran, pero si se les pregunta con el afán de informarse sobre
algo de lo que han dicho, expresan tan sólo una cosa que siempre
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