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P R Ó L O G O
• En primer lugar, debemos valorar en todo su alcance el hecho
de que lo verde se haya trasladado de la esfera de lo recomen-
dable a la de lo absolutamente prioritario. La sostenibilidad y
la transformación energética se entienden ya como componen-
tes productivos indispensables, y no como los obstáculos que
representaban en el anterior modelo destructivo de desarrollo.
El sentimiento de fragilidad que ha despertado la pandemia en
todo el mundo ha servido para terminar de abrir ciertas con-
ciencias ante lo que puede suponer la emergencia medioam-
biental global, cada vez más presente a través de crecientes
amenazas y fenómenos extremos inéditos hasta el momento.
No hay alternativa: el progreso de la humanidad será sostenible
o no será.
• En segundo lugar, debemos acompañar con atención el recono-
cimiento y asimilación que hagan nuestras sociedades de la
revolución tecnológica y digital. Una revolución imparable que,
además, significa en muchos casos adentrarse en terra incogni-
ta, por el ritmo vertiginoso con el que se manifiesta. Pese a las
dificultades para predecir los cambios, pese a la inevitabilidad
de los mismos, no debemos entender la digitalización como un
proceso que opere de forma autónoma, ni mucho menos como
la amenaza que algunas voces agoreras quieren hacer ver. En
nuestras manos está el convertir los avances y descubrimientos
en nuevas oportunidades de progreso y bienestar. Y tanto la
comunidad científica como los agentes económicos y sociales y
los gestores políticos tenemos la responsabilidad compartida de
preparar convenientemente a la ciudadanía para extraer las
máximas ventajas de las transformaciones que vamos a vivir. La
Carta de Derechos Digitales es una tarea urgente.
• Por último, quisiera incidir de forma muy especial en la apuesta
decisiva y entusiasta que el Gobierno de España por adaptar la
formación educativa y profesional a la nueva realidad, plasma-
da en sendas iniciativas legislativas y en la movilización de
recursos extraordinarios para llevarlas a efecto. Es, quizá, nues-
tra apuesta más querida, porque somos absolutamente cons-
cientes de que solo a través de una profunda mejora del siste-
ma educativo y de un empuje sin precedentes a la formación
permanente y unificada de estudiantes y trabajadores a lo largo
de toda su vida profesional seremos capaces de alcanzar las
cotas de excelencia y competitividad a las que legítimamente
aspiramos. Se trata, además, de la vía más cierta para, en el
medio plazo, cerrar definitivamente brechas sociales que no
solo son odiosas e injustas, sino que además nos empobrecen
terriblemente como país.
Es nuestro tiempo. La historia lo ha querido así, con su particular
combinación de crisis y oportunidad. Lo cierto es que pocas veces
una generación ha estado en la situación de decidir tan claramente
su futuro. Las incógnitas son muchas; profundos y radicales los
cambios; pero las líneas están trazadas. Se trata, entonces, de
ganar esa visión de alcance a la que me refería al principio. De
confiar en nuestras capacidades, y hacer todo lo posible por estar
a la altura de las circunstancias.
Seamos valientes, pues; porque, como reza la vieja sentencia vir-
giliana, la fortuna sonríe a los que se atreven. A los audaces. Y no
hay mayor valentía que saber mirar al futuro cara a cara, asumir los
cambios que nos propone y saber llevarlos a buen puerto, en bene-
ficio de toda la sociedad. •
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