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UN LUGAR CENTRAL
PARA LA FOTOGRAFÍA
Laura Terré. Doctora en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona.
En 2019 en España seguimos pendientes de un Plan Nacional de
la Fotografía. Nos encontramos sin embargo avanzando hacia la Atender a la conservación, a la
consolidación de la era digital que introduce a los archiveros y con-
servadores en una nueva problemática de la imagen sin soporte, la recuperación de los archivos
imagen fungible, la imagen absolutamente efímera. A medida que
nos separamos del siglo XX empezamos a vislumbrar los graves fotográficos, es una práctica
problemas que presentará la conservación de esos archivos digitales. civilizada, de resilencia y
Un problema del que no podemos todavía imaginar las consecuen-
cias: quizá un apagón digital que nos introduciría en una época os- sanación de las heridas de la
cura, un medievo futurista, huérfano de imágenes del pasado, esas
imágenes triviales que la fotografía analógica nos había acostum- historia
brado a descubrir enterradas en un archivo para completar los deta-
lles del devenir cotidiano de la historia. Pero antes de que nos veamos
en ese trance futurista improbable -dado el ingente número de imá-
genes digitales que se producen a cada segundo, malo será que no
queden rincones donde se acumulen las imágenes perdidas- todavía
estamos pendientes de completar un primer estadio que no hay que
imaginar, porque está aquí: la localización, restauración, gestión y
conservación de los archivos fotoquímicos. Llegamos tarde y es ur-
gente hacer recuento, inventariar de manera absoluta, lo más defini-
tiva posible, la producción fotoquímica desde que se introdujo el
nuevo artificio en España en 1839, pocos meses después de su in-
vención. Se trata de una producción por lo tanto limitada a ese lapso
de 180 años que, con los medios tecnológicos de los que disponemos
hoy día, no sería imposible registrar y conservar adecuadamente.
Solo es necesaria la voluntad política de tirarlo adelante mediante
la activación de ese esperado Plan Nacional de la Fotografía.
Atender a la conservación, a la recuperación de los archivos foto-
gráficos, es una práctica civilizada, de resilencia y sanación de las
heridas de la historia. Un signo de cultura refinada que se practica
como prueba de salud democrática. Los países acostumbrados a
estas prácticas no necesitan dedicar grandes partidas presupues-
tarias y en los titulares de sus diarios no suelen aparecer alarmas
relacionadas con archivos perdidos o fugados. Se trata de políticas
que mantienen sencillos programas en la retaguardia de los minis-
terios, que entienden las mejoras a largo plazo. Mediante actuacio-
nes mudas, poco rentables, casi invisibles, países como Francia han
logrado establecer una red estatal de la fotografía y, además del
uso y disfrute de sus ciudadanos, trabajar para la proyección de su
patrimonio en el exterior, con el fin de poner en valor su fotografía
y, por ende, su cultura, su historia y su pueblo. El caso francés, que
siempre miramos con admiración y cierta envidia, es privilegiado
porque desde el origen mismo de la fotografía la comunidad cien-
tífica y la sociedad se plantearon la reflexión sobre las cuestiones
éticas y estéticas que introducía el nuevo invento en las maneras
de vivir y en la cultura. La apuesta fue unánime a favor de un pro-
cedimiento de uso libre, gracias a la intervención en la compra de
la patente por parte del Estado, que desde un principio tuteló los
pasos de aquel ingenio conduciéndolo hacia el servicio público. El
plan nacional para la fotografía se inició en Francia en los años
setenta del siglo pasado, cuando se impulsó una ley para «descla-
sificar» los fondos fotográficos que figuraban como documentos en
los diferentes departamentos públicos, ya fueran hospitales, fábri-
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