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A r t í c u l o s de
o p i n i ó n
artefacto fotográfico, pero si aquellos que se encargan de su designación como obra declinan su interés, los archiveros se encargarían de
guardarlos clasificados por su valor puramente documental. Es evidente el peligro: ¿quién será el experto y bajo qué criterios llevará a cabo
tal valoración? No se trata de señalar los aspectos «artísticos» de la obra, pues esta interpretación variará con el tiempo. Precisamente, la
fotografía «meramente documental», sin intención «artística», ha sido históricamente la forma de expresión y reflexión propiamente fotográ-
fica, injustamente tratada en aquellos museos y colecciones que quisieron dignificar la fotografía como arte.
La diferenciación entre «arte» y «fotografía» es una exigencia del mercado. Depende en qué mostradores se estime el valor de la fotografía,
su precio en dinero cambia. Las instituciones públicas, acostumbradas a la acumulación de documentos fotográficos en sus archivos históricos,
rechazan la admisión de archivos singulares de fotografía por el precio que alcanzan y admiten solamente las copias limitadas. Entre sus
planes no entra la posibilidad de la adquisición de archivos cotizados, que suelen venir acompañados de grandes gastos para su conservación,
tanto materiales como de personal. Es por eso tan importante que las personas que se encargan de estas transacciones tengan la formación
adecuada para saber calcular su valor real, independiente de las modas del mercado. La decisión de adquirirlo y a qué precio vendrá calcula-
da en proporción a las necesidades de la institución, en relación a las otras obras que se custodian, evitando las redundancias y procurando
completar periodos. El observatorio de la fotografía podría ayudar a tomar estas decisiones.
En general, la administración suele evitar las políticas de compra cuando se trata de grandes archivos fotográficos. Pero no se debería cerrar
en banda. Hay que prever diferentes convenios específicos, singularizados para cada caso concreto, sin dejar margen a la improvisación que
suele repercutir después en agravios que la prensa se encargará de ventilar. Trabajar las donaciones, cesiones o depósitos, calculando las
contrapartidas y los beneficios para las dos bandas. Los convenios se tendrían que llevar a cabo en vida de los fotógrafos y fotógrafas, aunque
ya se está llegando tarde por falta de previsión. Teniendo presente la idiosincrasia y la trayectoria vital de estos profesionales, la compra les
debería compensar económicamente mientras están vivos, ayudándoles a pasar los últimos años. La preservación, catalogación y difusión de
su obra fotográfica tendría que ser tarea propia de las instituciones que cuidan del patrimonio. Por eso sería necesario un «observatorio pa-
trimonial», cuyo objetivo prioritario sería detectar aquellos archivos y colecciones que se encuentran fuera del ámbito de las instituciones
públicas y que estuvieran reclamando alguna intervención urgente.
Pero, ¿cómo diferenciar en el gran aluvión de archivos desprotegidos aquellos que merece la pena ser conservados? Se ha hablado de la ne-
cesidad de establecer un «canon» para la construcción del catálogo imprescindible del patrimonio fotográfico. Pero, en caso de tener que
decidir la importancia y el valor de un archivo de un autor o autora concretos con la finalidad de adquirirlo, de nada serviría recurrir a ese
listín siempre incompleto del who is who. ¿De qué nos serviría ante la cantidad de casos que se presentan en los que la autoría de las imá-
genes está por descubrir? La fotografía necesita que se aplique un test de observación para distinguir aquellos signos que la hacen singular:
en primer lugar la datación, la titularidad del autor o autora, la presencia y el reconocimiento en su época justificado mediante publicaciones.
Con el rescate de la crítica y las imágenes publicadas se puede valorar la importancia del autor/a y su incidencia en la sociedad de la época
en la que trabajó, un elemento que justificaría el interés y el valor del archivo de una manera «objetiva».
¿Pero qué pasa en el caso de que no existan publicaciones ni crítica que señalen su importancia? Muchos de los archivos que se ponen a
disposición de las instituciones suelen ser de fotógrafos amateurs, en los que no existe un rasero editorial que determine su importancia. En
esos casos, otra de las misiones del «observatorio de la fotografía» sería el encargo de estudios que ayudaran a tomar decisiones para su
adquisición o admisión en depósito. En primer lugar habría que observar lo más obvio: el grado de organización, datación y documentación
con el que se entrega el archivo. Esos detalles denotarán el cuidado que el autor o autora ha puesto para su transmisión. La afición de un
diletante o el trabajo esporádico, el archivo familiar desconexo, normalmente no guardarán nada valioso. Habitualmente, un fotógrafo/a que
se ha tomado en serio la práctica fotográfica, y en consecuencia ha hecho de su archivo una fuente interesante para la comprensión de su
tiempo, es metódico y cuidadoso en su organización, independientemente de que fuera profesional o amateur.
En segundo lugar, otro elemento importante para la detección del interés de un archivo es la comprobación de su cronología, el periodo que
abarca. No es tan trascendente que sea extenso en número de fotografías como que la trayectoria del supuesto autor sea extensa en el
tiempo. La longevidad da al archivo un interés especial en cuanto a la descripción de los cambios experimentados en los territorios y las
costumbres. Concretamente, los estudios profesionales de retratistas, que atraviesan generaciones dedicados a la profesión, suelen tener un
interés especial. Son célebres los archivos Pacheco, Alfonso, Pérez de Rozas, Brangulí, o más recientemente Virxilio Vieitez, Foto Ramblas,
Piedad Isla o Álvarez de Castro.
Los archivos desordenados, deslavazados, dispersos, etc., siendo de autores desconocidos, presentan muchas dudas para su recuperación
como conjunto. Pero no se podrán desestimar antes de analizar su contenido, pesando con cuidado el valor icónico de las imágenes e identi-
ficando las temáticas recogidas. Un propietario conocido –un intelectual, un político, artista, etc.-, la procedencia avalada por una institución
–pongamos por caso una editorial-, un estado de conservación impecable, una catalogación avanzada, etc., no justificarían el interés de un
archivo si su contenido fuera anodino, engañoso o reiterativo. Y sin embargo otro que no cumpliera con las cualidades citadas podría sin
embargo resultar único como testimonio de unos hechos, como punto de vista singular acerca de una realidad concreta, como documentación
constante de un territorio, de una actividad industrial, etc. La importancia del contenido documental de un archivo fotográfico, en el detalle
de lo local y lo concreto, puede alcanzar un interés universal. Pero en algún caso ese interés será únicamente detectable por la comunidad
que descubra en él sus señas de identidad. Así, cuando un archivo quedara descartado por la institución a la que por azar ha llegado, el «ob-
servatorio de la fotografía» se encargaría de redirigirlo a aquella institución que pudiera aprovechar su contenido temático, afín a su misión
cultural: un museo de etnografía, una universidad, una fundación, etc. Asimismo, el observatorio cumpliría con la función de «ventanilla» a la
que se podrían dirigir los herederos de legados, las empresas y estudios fotográficos que van a cerrar o trasladar su sede, los familiares de
fotógrafos fallecidos, los particulares dispuestos a donar su colección, etc., para consultar el mejor destino para su archivo fotográfico.
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