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Pero simplemente un dato…. Cada año se acumulan en el medio
rural español del orden de 50 millones de toneladas de biomasa. Es
verdad que parte de esa acumulación es recuperación ambiental, Cada año se acumula en
pero otra parte es respuesta rabiosa de una naturaleza que lleva
100 siglos pastoreada hasta la raíz. Si no sabemos racionalizar ese el medio rural español del
proceso tampoco lograremos la recuperación ambiental, y la ingen-
te cantidad de madera muerta acumulada sobrepasará los límites orden de 50 millones de
de lo ecológicamente deseable, y simplemente será antesala de toneladas de biomasa
incendios forestales. Es verdad que existe una corriente de pensa-
miento reciente que pretende quitar dramatismo a los incendios
forestales, asumiendo que la construcción del paisaje mediterráneo
tiene interiorizada la presencia del fuego. Pero eso, que no es falso,
tiene sus márgenes. Porque tampoco la construcción del paisaje
mediterráneo en mosaico puede apoyarse en una continuidad ho-
mogénea de millones de toneladas de combustible forestal dispues-
to a la cremación. Y difícilmente vamos a poder aceptar como so-
ciedad que el modelado del territorio rural tenga como primer
argumento el fuego. En un contexto, además, de búsqueda alterna-
tiva de elementos infraestructurales y energéticos basados en la
sostenibilidad, debiera ser posible una alianza mutuamente bene-
ficiosa entre la consolidación ambiental de nuestro territorio, y el
uso razonable de la biomasa.
En resumen, y volviendo a la visión global de lo que está ocurriendo,
parece como si el territorio rural, antes madura construcción cultu-
ral en donde se combinaba con cierta armonía el uso y la conser-
vación, la producción y lo silvestre, se estuviera, básicamente como
consecuencia del abandono de la presencia y la actividad humana,
radicalizándose hacia dos aproximaciones divergentes e incluso
enfrentadas.
Por un lado, vive un proceso de intensificación y concentración
agraria hasta el punto de que nuestra agricultura es ya agroindus-
tria, y sus pautas organizativas tienen que ver más con los modelos
de la producción intensiva que con los avatares del calendario za-
ragozano. Cada vez más industria, cada vez más máquina, cada vez
menos mano de obra, y cada vez más proceso fabril. Coherente con
ello el viejo agricultor familiar pierde peso y protagonismo en un
mundo que cada vez gobiernan más los capitales financieros, los
fondos de inversiones, y cada vez gestionan más las empresas de
servicios que aparecen, hacen, y desaparecen.
Pero, por otro lado, y al tiempo, la desaparición de la presencia y el
uso difuso del residente local, del pastor, del carbonero, del agri-
cultor marginal, desencadena una recuperación del dominio de lo
verde que apenas podemos controlar, que no encontramos forma
ni gente para gestionar, y que aboca a una uniformización del pai-
saje, con intensificación además de la carga de biomasa, que solo
encuentra equilibrio en el fuego. Es preciso repetir…. Si no hay
gestión, en los ecosistemas mediterráneos, habrá fuego, y fuego
incontrolado e inclemente. Y esto es preciso recalcarlo, máxime
cuando últimamente incluso empezamos a escuchar voces que
pretender normalizar el discurso de la inevitabilidad del fuego ador-
nándolo incluso con presuntas bondades.
En resumen, en lo rural se vive un cruce de caminos divergentes.
Una divergencia que supone un choque de trenes en las líneas de
borde, sobre un espacio vacío en el que apenas queda gente.
Y, como mecanismo infernal que se retroalimenta, al vacío perso-
nal le sucede el abandono de medios y de servicios, enlazando
todo en un círculo vicioso que se achica más y más con el tiem-
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