La humilde vivienda del número 10 de la calle Peironcely atesora en su interior los recuerdos de la vida de los cientos de personas que han residido en ella, desde que se levantó el edificio. Más allá de su valor universal como icono de horror de la guerra, atribuido por la imagen que Robert Capa tomó en 1936, el inmueble tiene también un valor referencial como patrimonio de los trabajadores, por formar parte de la tipología de vivienda diseñada a comienzos de siglo para la población obrera.
Raquel de la Coba intervino artísticamente los muros con los que han sido tapiadas las puertas del edificio inmortalizado por Robert Capa, tras el realojo de sus últimos inquilinos. Las puertas ciegas, por las que en el último siglo han atravesado el edificio sus moradores, recobraron la vida gracias a la magia de la poética.